conformada por la i) Presidencia y Vicepresidencia de la
República, ii) Los ministerios de Estado, iii). Las entidades
adscritas o dependientes, iv) Las entidades del sector
público cuyos órganos de dirección estén integrados, en la
mitad o más, por delegados o representantes de
organismos, autoridades, funcionarios o servidores de
entidades que integran la administración pública central.
Cabe indicar que, en todos los casos señalados, se
diferencia al “sector público” o la “administración pública” de
la existencia de “entidades de derecho privado en las que
haya participación mayoritaria de recursos públicos” (CRE.
Art. 326, lit. 16) de “personas jurídicas de derecho privado
que dispongan de recursos públicos” (Art. 211), en donde
las instituciones estatales tienen acciones, participaciones,
entregan recursos o aportaciones en un porcentaje
diferente.
La reforma del Estado: su importancia en el estudio del
aparato institucional
Un suceso recogido en la literatura administrativa y política
de las últimas décadas constituye la crisis y reforma del
Estado. Sus causas, efectos y acciones han sido
ampliamente documentados (Acuña 2008; 2011; Evans,
1996; O’Donnell, 1993; Oszlak, 2003). Además, como lo
reconocen varios teóricos, este fenómeno tuvo una versión
propia para América Latina (Bresser-Pereira & Knoop,
2007; CLAD, 2010; Oszlak, 1994).
La respuesta ofrecida por la región se circunscribió a un
conjunto de reformas económicas, políticas y
administrativas conocidas como “el Consenso de
Washington”, cuya influencia se dio entre la última década
del siglo anterior y el inicio del presente (Organización de
Estados Americanos, 2015; Oszlak, 1999ª; Oszlak &
Gantman, 2007; Spink, 2001). En su estructura se pueden
identificar dos períodos bien marcados. Por un lado, las
“primeras reformas” que buscaron alejarse de las lógicas
“estatalistas” predominantes (burocracia weberiana y la
noción de una administración pública tradicional), una
mayor participación de la racionalidad económica y una
visión “mercado-céntrica” en la gestión de las políticas
públicas y la intervención social, que primó entre los años
80’s y principios de los 90’s. Por otro lado, un conjunto de
“segundas reformas” que, bajo una visión más
“gerencialista”, procuraba solventar problemas como la falta
de interés del mercado por asimilar actividades
“tradicionalmente estatales” o por el avance en el
reconocimiento de derechos por parte de la sociedad, así
como introducir una visión “gerencialista”, apoyada en
paradigmas como la Nueva Gestión Pública (NGP) con la
noción de un “mejor Estado”, más eficiente, eficaz y
económico (Orlansky, 2014; Oszlak, 1999b; 1999a; Oszlak
y Malvicino, 2001).
En este devenir teórico y ya en el inicio del nuevo milenio,
voces de “retorno del Estado” se hicieron eco en diferentes
ámbitos académicos, políticos y profesionales de América
Latina (Bresser-Pereira, 1998; 2004; Bresser-Pereira y
Knoop, 2007; Cao et al., 2016; Ferraro, 2009; Lechner,
1995; Oszlak, 2007; Skocpol, 1989; Waissbluth, 2002).
Estas ideas propugnan un “Estado más social” (Acuña,
2011), en donde se instauren modelos o miradas como la
gobernanza y el gobierno abierto como alternativas al
problema del “gobernar del Gobierno” y al “gobernar más
cerca y con la sociedad” (Aguilar, 2006; 2019).
En Ecuador, hasta el año del 2007, la reforma estatal
asumió la tesis de la “modernización del Estado”
influenciada por los postulados económicos del
neoliberalismo (Jácome, 2017). Dichos postulados fueron
criticados por los resultados que ofrecieron, como la falta de
coordinación institucional, el debilitamiento de las
capacidades estatales, la corporativización de las
instituciones de protección de derechos y desarrollo social;
y, un proceso de descentralización con poco impacto
(Bastidas et al., 2017; S. Ortiz, 2007; S. Ortiz Crespo, 2016).
En los años posteriores y durante los tres mandatos de
Rafael Correa Delgado (2007-2009, 2009-2014, 2014-2017)
se impuso la tesis de una reforma estatal enfocada, entre
otras, al fortalecimiento y reestructuración de la
institucionalidad pública (Recalde, 2007) y auspiciada por
circunstancias políticas y económicas favorables. La
implementación de esta estrategia requirió de la expedición
de diferentes instrumentos jurídicos y de política pública,
entre los que constan una nueva Constitución de la
República (2008), tres planes nacionales de desarrollo
(2007-2009, 2009-2013 y 2013-2017), 144 leyes y varios
decretos ejecutivos, de los cuales 1.883 fueron expedidos
en el primer período presidencial (2007-2009), 1.522
durante el segundo período presidencial (2009-2013) y
1.440 en el tercer mandato (2013-2017). Es tema relevante
el caso de los Gobiernos Autónomos Descentralizados
(GADs). Su aplicación de competencias y funciones
definido con la vigencia el COOTAD (2010) implicó un
cambio de paradigma para administrar los recursos
públicos, así como el desplazamiento del discurso
centralista y monopólico hacia posiciones más flexibles"
(Cevallos et al., 2022).
Lo anterior produjo cambios en la configuración del
Gobierno nacional y, en general, de toda la administración
pública, tanto en su número, diversificación, tipología y en
su estructura organizacional (Secretaría Nacional de
Planificación y Desarrollo, 2009; 2011ª; 2011b; 2011c).
Además, esta dinámica organizacional marcó un ritmo
importante en el crecimiento de la planta de servidores
públicos a nivel nacional y local.
Algunos autores explican este fenómeno desde una
posición neo-desarrollista (Cypher y Alfaro, 2016)
rescatando el papel del Estado como actor clave para el
fomento de un proyecto nacional, la construcción de una
política industrial y la consolidación de un sistema de
innovación nacional, en entornos cada vez más complejos
debido a las crisis económicas de mediados del 2010. Por
otro lado, desde la estructura propia del sector público
nacional se encuentran esfuerzos que explican esta reforma
en función de las condiciones económicas favorables de
este período, especialmente aquellas relacionadas con un
aumento en el gasto público (Jara & Umpierrez de Reguero,
2014).