Investigación y Desarrollo Nº 8 volumen 1 Enero - Junio 2015 ISSN 1390-5546 UTA, Ecuador
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han segregado del común y para imponerles medidas para que vuelvan al redil. Medidas preventivas, educativas, médicas o
sancionadoras, según las circunstancias de cada caso y según su contexto histórico y sociocultural.
Nos encontramos, según Foucault, en una sociedad que sustituye las antiguas formas de poder más violentas y rituales, por
otras más sutiles y cercanas a la sumisión [12]. Las normas son las que tienen más peso en la actualidad, más peso incluso
que la propia legislación. Eso nos lleva a que sean éstas las que diferencien entre lo que es normal y lo que no lo es. Y si algo
no es normal puede ser aplicado el castigo, un castigo que puede llegar desde la reprobación, la no aceptación y la discrimi-
nación. No se trata de un castigo penalizado a través de la ley. Se trata de un “castigo social” [13].
En el ámbito familiar hay diferentes niveles de presión para que los jóvenes adelgacen. Más allá de las miradas esporádicas
en los espacios públicos, no sentirse aceptado dentro del núcleo familiar, aunque es poco frecuente, puede poner en marcha
largos y penosos procesos de sufrimiento emocional: “mi madre daba mucha importancia al aspecto físico. A mí me lo ha
hecho pasar canutas, ella dice que no pero yo sí, me lo ha hecho pasar muy mal ella. ¡Ella tenía más complejo de que yo
estuviera gorda que no yo!.... Cuando ella me miraba: "¡Hostia!, me he engordado", no hacía falta ni la báscula, porqué ella....
"¡Uf! Me he engordado, lo tengo clarísimo, mi madre me mira, está claro". Era así, siempre…Prefería morirme. El día antes de
operarme le dije a mi marido: "Lo tengo clarísimo, preero morirme, si me tiene que pasar alguna cosa preero que me pase
dentro del quirófano que no continuar mi vida así” [14]. Este testimonio es demoledor, llega a aceptar la posibilidad de la muer-
te si la contrapartida es una esperanza de solución y ejemplica el dolor y la presión sufrida de muchas mujeres obesas [15].
En algunos casos la familia detecta el sobrepeso después de una visita médica y, aconsejados por algún facultativo, inician
la reeducación alimentaria. En otros, están sobre aviso porqué algún miembro, generalmente la madre, ya tiene experiencia
en relación al sobrepeso, las dietas, etc. Pero, ¿por qué la madre? Nuevamente aparece la perspectiva de género. En primer
lugar porque es la que permanece de forma mayoritaria en el hogar y es la primera en ver los desajustes. En segundo lugar,
se preocupa por el peso porque es una mujer y sobre ellas se ejercen mayores presiones sociales.
La discriminación de las personas obesas empieza en la más tierna infancia y en ámbitos muy cercanos a la persona afectada.
El proceso de desvalorización social, poco a poco, revierte en la propia imagen retroalimentándose en el transcurso de toda la
trayectoria vital y continua en la escuela y el instituto. Siempre se ha dicho que los niños son “crueles”. Con o sin inocencia y
sin el ltro verbal y social de los adultos, estigmatizan de forma directa, no buscando eufemismos y soltando aquello de: “que
gordo estás”, “fatty”, “vaca”, “foca”, “ballena”, etc. La educación primaria suele ser el primer espacio de estigmatización, si ob-
viamos los casos, pocos, de las propias familias. En la etapa de educación secundaria la situación no mejora. Es un momento
crítico en el desarrollo personal. Si en la infancia la personalidad se empieza a modular y los estereotipos pueden convertirse
en zancadillas para consolidar el nal de este proceso de autoarmación, en la adolescencia todo empeora. Chicos y chicas
empiezan a relacionarse, comienza a despertar el interés sexual y la importancia de la imagen corporal aumenta de forma
exponencial. Si bien los amigos y amigas acostumbran a respaldar a los chicos y chicas obesos, las actitudes agresivas y las
bromas de mal gusto, continúan. Se añaden otras “informaciones”, más entre líneas, que activan todas las alertas. Se dan
cuenta que todo aquello que les iban diciendo desde pequeño: “estar gordo no es bueno” o mejor “no está bien” tiene ahora
efectos relacionales, sobre todo, cuando buscan pareja. Los amigos y las amigas que antes se emparejan son los delgados y
las delgadas, los más guapos, dicen, los que más se acercan al modelo estándar. Ellos y ellas esperan un día detrás de otro
que alguien se je en ellos. En un momento u otro de la ESO chicos y chicas se sienten discriminados e, incluso, vejados sin
que los educadores parezca que tomen demasiadas medidas.
La desvalorización social no parece disminuir en el tránsito del ámbito académico al laboral. El trabajo y el acceso al mundo
laboral se convierten en un campo de minas. Incluso, los más jóvenes admiten o pronostican que su obesidad puede ser un
handicap para encontrar trabajo. Jonàs [16] explica las razones esgrimidas por la familia cuando le proponen adelgazarse
“principalmente que por el trabajo, que tendría problemas con el trabajo, para encontrar trabajo”. La posición de los familiares
está justicada: la mayoría de jóvenes en edad laboral describen discriminaciones e injusticia, sobre todo en el proceso de
selección “estaba en el paro y me dijeron: "Ves que rmarás el contrato, que están conformes. Cuando me vieron me dijeron
que no, que no era el modelo de ellos” dice Irene [17] y no es un caso aislado. Su currículum vitae respondía a aquello que
se demandaba pero no así su cuerpo gordo. Consciente o inconscientemente, se establece una relación proporcional entre
quilos y problemas que han aparecido a la mayoría de testimonios: a más quilos, más problemas, menos belleza, menos
relaciones, menos trabajo y más probabilidad de procesos de estigmatización y discriminación. Las personas entrevistadas
están de acuerdo en que los empresarios o contratantes se deciden por la selección de una persona delgada antes que por
una obesa. Se potencia el aspecto físico por delante de la trayectoria curricular. Esta discriminación, a menudo, echa raíces
naturalizándose la autoconcepción de la obesidad en los propios jóvenes que la sufren. Cuando pedimos a José si le parece
que escogerán antes una persona delgada que a una con sobrepeso contesta: “Por supuesto, yo lo haría también. Claro…”
[18]. Existe, de todas maneras, una minoría que parece que no se ha encontrado discriminada en el trabajo. “En el trabajo
tampoco he tenido nunca problemas. He trabajado en Port Aventura, en una panadería, de camarera, trabajos de cara al
público y nunca he tenido problemas. Ahora estoy en una ocina, pero hasta ahora siempre había estado de cara al público y
ningún problema” [19]. Aunque alguien puede intuir y deducir que no es que la percepción negativa no exista, sino que puede
quedar escondida porque con la edad las personas saben que es lo que pueden decir y que no de una manera abierta.