Montserrat García-Oliva
Investigación y Desarrollo • Volumen 9 • 2015 • Julio - Diciembre • Nº 1 • ISSN: 1390-5546
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a ambas generaciones. Por un lado, los hijos reciben ayuda
cuando más lo necesitan y, a cambio, deben ofrecerla cuando
los padres lo necesitan a su vez. El tema del apoyo y el cuida-
do de quienes lo necesitan ha sido trabajado desde diferentes
perspectivas disciplinares (Comas d’Argemir, 1992). La asis-
tencia a los enfermos, dependientes, personas discapacitadas
en el hogar ha estado siempre en manos de la familia. Durante
unos años pareció que ésta podía ser substituida por el Estado
del Bienestar pero, poco a poco, se ha ido recuperando el dis-
curso de la familia como el mejor lugar en ofrecer este apoyo.
El cuidado de los miembros que lo necesitan, en el hogar, no
ha sido considerado como un trabajo por él mismo, se mezclan
aspectos relacionados con el instinto, la obligación moral y
hay tanto de trabajo, como de amor, tanto de sentimiento como
de actividad (Comas d’Argemir, 1992). Además, esta visión
naturalizada, casi biologista del porqué se perpetúa el apoyo
dentro de la familia tiene una vertiente importante. ¿En manos
de que miembros de la familia recae el cuidado de otros miem-
bros que demandan ayuda? Tradicionalmente en manos de las
mujeres de una forma totalmente mayoritaria. Sin embargo, en
ocasiones, esta ayuda ultrapasa las relaciones familiares más
estrictas y llega hasta las relaciones vecinales o de amistad.
El análisis de redes sociales se desarrolla en la década de los 50
del siglo pasado y se decanta, cada vez, hacia el estudio en el
ámbito urbano. Barnes (Hannerz, 1986) realiza un estudio so-
bre Bremmes, una pequeña comunidad noruega de pescadores
y granjeros concluyendo que la red relacional es más amplia y
estrecha en las comunidades a pequeña escala que en las más
complejas. Algunas investigaciones centradas en los adultos
mayores lo corroboran (García-Oliva, 1995). Pero, por otro
lado, en las comunidades más complejas el número de roles
desempeñados durante la trayectoria vital de una persona ma-
yor, son mayores y diversos. En la medida que se mantengan
pueden ayudar a un nivel de integración en la comunidad más
elevado. En sociedades rurales, que no necesariamente se asimi-
lan a menos complejas, la red social suele ser más intensa y dar
la sensación de más soporte inmediato y, en las urbanas, puede
llegar a ser más amplia y heterogénea.
La variable situación laboral juega un papel importante a partir
de la jubilación siendo el desencadenante, en muchos casos,
de la tendencia marginalizadora de la vejez. Es el punto de
partida de un camino sin retorno (García-Oliva, 1995). Hay
mucho escrito sobre los efectos de la jubilación obligatoria en
los mayores de 65 años, esta edad puede variar dependiendo de
la legislación vigente en los diferentes países. Hay seguidores
y detractores del hecho que la jubilación obligatoria exista, in-
cluso dentro del propio grupo de jubilados. Algunas personas
la esperan con ansia, otras se resisten a esta situación vivien-
do situaciones traumáticas en cuanto llegan a ella (Moragas,
1989). El paso a la jubilación es contradictorio, por un lado,
se arma que el adulto mayor tiene derecho a descansar des-
pués de muchos años de aporte de su fuerza laboral, por otro,
se le aparta del sistema productivo y se le relega a un papel
improductivo. Si esto se da en un sistema “taylorista”, y en
una sociedad que dene la participación económica como un
factor esencial de participación social, el camino hacia la mar-
ginación está claro (López-Jiménez, 1992).
Sin embargo, la jubilación no se da para todos igual. Solo es
concebible la jubilación en sociedades donde existe exceden-
te. En otras se da solo un cambio de actividad. Tampoco es
igual para las mujeres que para los hombres. En las sociedades
donde está más o menos clara la separación entre el ámbito
productivo y el reproductivo, y en las que no lo está también,
las mujeres viven de forma menos traumática este paso. En
algunos casos, el paso no tienen ni que darlo, puesto que si-
guen ejerciendo el mismo tipo de trabajo cumplan los años
que cumplan, si debe tenerse en cuenta el “síndrome del nido
vacío” con la salida del hogar de los hijos. Pero, en ocasiones,
los hijos vuelven y, en otras, traen a los nietos. En otros casos
si están ejerciendo la doble jornada, laboral y en el hogar, les
sigue quedando una de ellas, aunque se jubilen. La sociedad
en la que vives y el género juegan un papel importante en las
vivencias en relación a la jubilación, pero también lo hacen la
situación socio-económica y la salud. Una mala salud impide
seguir en el puesto de trabajo, una situación de reconocimiento
social y de poder permite seguir en él algunos años más, por
lo menos (García-Oliva, 1995). Algunas voces se alzan a favor
de formas de retiro exible y parcial (López-Jiménez, 1992).
Otro factor, en este caso determinante, de la categorización so-
cial del adulto mayor es la posición socio-económica. Uno de
los tópicos que homogeneizan a la vejez es que los viejos son
pobres, están enfermos y necesitan de recursos asistenciales.
Existen algunos estudios sobre ello (Casals, 1982). En los pri-
meros años de vida, si no ha existido el cobro de una herencia
o donación de bienes, los ingresos de los individuos son nulos
y es en la etapa de la madurez donde son más elevados. Con
la jubilación, si no se dispone de un gran patrimonio, la renta
personal sufre una reducción. Para paliar estos efectos los in-
dividuos pueden tomar diversas opciones: la constitución de
un patrimonio en bienes muebles o inmuebles, la cotización
para obtener una pensión privada y la inversión en los hijos
para que cuiden de él cuando llegue el momento, esta última
debido a los cambios estructurales y de mentalidad que hemos
visto anteriormente no se considera actualmente en la sociedad
occidental. Las formas que proliferan son una combinación de
la primera y la segunda opción.