Leal J / Enfermería Investiga, Investigación, Vinculación, Docencia y Gestión Vol. 7 No. 3 2022 (Julio – Septiembre)
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Autor de correspondencia: Dra. Jorymar Yoselyn Leal Montiel, PhD. Doctora en Ciencias Médicas, Facultad de Medicina de la Universidad del Zulia, Venezuela, correo
electrónico: jorymarleal@gmail.com.
INTRODUCCIÓN
La prevalencia creciente de obesidad infantil tanto en países
industrializados como en vías de desarrollo representa un serio
problema de salud pública mundial, catalogada por la
Organización Mundial de la salud (OMS) como “la epidemia del
siglo XXI” (1,2), debido a que está asociada no solo con la
persistencia de la obesidad en la edad adulta, sino también con
el desarrollo de futuras enfermedades crónicas no transmisibles
y un alto riesgo de muerte (3,4). Además, ocasiona estigmas
psicológicos y sociales, baja autoestima y depresión que les
hace personas vulnerables a la discriminación en su vida
personal y laboral. Estas secuelas médicas y psicológicas
ocasionadas por la obesidad y la aparición temprana de
enfermedades crónicas en adultos jóvenes durante sus años de
máxima productividad, contribuyen a una parte importante de los
gastos actuales de atención médica y generan costos
económicos adicionales a través de la pérdida de productividad,
el aumento de la discapacidad y la pérdida prematura de vidas
(5,6).
La OMS define la obesidad como la acumulación anormal o
excesiva de grasa que representa un riesgo para la salud (1). No
existe ningún método de medida de la grasa corporal que sea
fácil de realizar, preciso, reproducible, y correlacionable con la
morbilidad presente y futura. El índice de masa corporal (IMC),
una fórmula matemática que se obtiene dividiendo el peso
corporal en kilogramos entre la altura en metros al cuadrado
(kg/m2), es la medida de adiposidad preferida desde un punto de
vista clínico práctico y de salud pública, tanto en adultos como
en niños. Definir la obesidad en el niño y adolescente resulta
complicado. Para niños y adolescentes, el sobrepeso y la
obesidad se definen usando normogramas para del índice de
masa corporal, para la edad y el sexo específicos. El punto de
corte teórico para la misma sería el valor o percentil de IMC a
partir del cual el riesgo para la salud comenzase a
incrementarse significativamente. Identificar este valor es lo
difícil. Se aceptan los percentiles 85 y 95 para edad y sexo,
como puntos de corte para definir el sobrepeso y la obesidad,
respectivamente (7, 8).
Recientemente, la obesidad ha sido considerada una
enfermedad crónica, compleja y multifactorial caracterizada por
un aumento excesivo de grasa corporal, la cual se presenta
cuando hay un desequilibrio entre la ingesta energética y el
gasto calórico que involucra interacciones entre factores
genéticos, neuroendocrinos, metabólicos, psicológicos,
ambientales y socioculturales, con consecuencias devastadoras,
puesto que favorece el desarrollo de trastornos en diferentes
órganos y sistemas durante la infancia que se extienden a la
adultez temprana, tales como: diabetes mellitus tipo 2, síndrome
metabólico, hipertensión arterial, enfermedad arterial coronaria,
dislipidemias y trastornos renales, entre otros (9,10).
En las últimas décadas se ha visto un aumento dramático de la
obesidad y a la par de resistencia a la insulina, lo que hace
pensar que el factor ambiental juega un papel fundamental y
esto último es debido al incremento en la ingesta de alimentos
con alto contenido de carbohidratos y grasa, junto con una
disminución de la actividad física (11). El aumento global de la
obesidad en niños y adolescentes aumenta el riesgo de
resistencia a la insulina y diabetes tipo 2. Por su parte, la
resistencia a la insulina tiene un papel fundamental en el
desarrollo del síndrome metabólico. Además, se observa un
agrupamiento de factores de riesgo cardiovascular en niños y
adolescentes con el grado más alto de resistencia a la insulina,
lo que sugiere que la enfermedad cardiovascular en adultos es
más probable que se desarrolle en estos jóvenes (12).
En la génesis de la obesidad infantil se plantea que hay un rol
en el hallazgo de hiperinsulinemia en ayunas causada por
señalización anormal de insulina en la transducción en hígado y
músculo, con pérdida de respuesta biológica de tejidos
periféricos a la acción de la insulina, llamada Resistencia a la
insulina (RI). La insulina, hormona anabólica, constituye la
principal hormona reguladora de los mecanismos de
homeostasis en el metabolismo de los glúcidos y de los lípidos
(13). Dentro de sus múltiples funciones, una de las principales
es la disminución de la glucemia, por lo que regula la
gluconeogénesis y la glucogenolisis hepática, además de
facilitar el transporte y entrada de la glucosa a la célula del tejido
muscular estriado y del tejido adiposo. Por estas razones, la RI
es la incapacidad de la insulina para mantener la homeostasis
glucídica por resistencia a la acción de la hormona en los tejidos
periféricos (hígado, músculo estriado, tejido adiposo y el
endotelio vascular), lo que conlleva a una hiperinsulinemia
compensatoria, asociada a un estado inflamatorio crónico. Esta
disminución de la capacidad de acción de la insulina, para
generar la respuesta fisiológica en el mantenimiento de la
homeostasis glucídica, trae como consecuencia una
hiperinsulinemia compensatoria que puede ser compatible con
una glucemia plasmática normal (12, 13).
Existen diferentes métodos para evaluar la resistencia a la
acción de la insulina que pueden ser agrupados en métodos
directos e indirectos. Los Métodos directos: (clamp euglicémico,
modelo mínimo de Bergman y el test de supresión de insulina
[TSI]), dada su complejidad, duración y coste, quedan relegadas
a la investigación de casos y controles en muestras reducidas y
en pacientes aislados. Los Métodos indirectos: basados en
respuesta glucémica e insulinémica a la sobrecarga de glucosa
como el índice HOMA, CIGMA, McAuley, FIRI, Raynaud,
QUICKI, entre otros, son los más utilizados, pero debido a su
menor precisión con respecto a los anteriores, su empleo queda
relegado a los estudios epidemiológicos y a investigaciones con
muestras amplias (14). El modelo de homeostasis (HOMA) para
evaluación de la resistencia a la insulina (HOMA-IR) derivan
estimaciones de la sensibilidad a la insulina a partir de modelado
matemático de las concentraciones sérica de la glucosa e
insulina en situación de ayunas, apoyando la utilidad en
pacientes pediátricos. A pesar de que los estudios de validación
de estos índices derivados en población pediátrica son escasos,
el HOMA es el que mejor ha pasado los controles de fiabilidad
para medir la sensibilidad a la insulina (14-16).
Dado el dramático aumento de la obesidad infantil y la
aparición entre las primeras complicaciones metabólicas que
involucra perturbaciones en el metabolismo de la glucosa que
eventualmente pueden conducir a la diabetes tipo 2; aunque en
niños, la incidencia de diabetes tipo 2 es poco frecuente en