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sistema, no trastoca las causas de la asimetría ni de la
desigualdad social y cultural.
Para Wences (7) el punto de partida no es únicamente el
problema de la diversidad y el del reconocimiento de la
diferencia, sino que la mirada está puesta en las
condiciones que genera la estructura colonial y la lógica
heterárquica que la acompaña, especialmente la
centrada en la matriz racializada y en las estructuras
asimétricas (no simplemente culturales), donde unos se
encuentran en el peldaño superior y otros en los
escalones inferiores.
A partir de estas reflexiones, Wences (7) considera que
la interculturalidad crítica es tanto un proyecto
epistémico, político y ético, como un instrumento y una
herramienta para la práctica decolonial, donde la
educación, siendo fiel a la pedagogía crítica, es
fundamental. En consecuencia, requiere, por un lado,
de la transformación de las estructuras, instituciones y
dispositivos de poder que mantienen la desigualdad, la
racialización, la discriminación y la inferiorización; y, por
el otro, del reconocimiento de otras condiciones de
estar, sentipensar, conocer y aprender. Por ello, deben
estar implicadas todas las sociedades y no solamente
algunas poblaciones (7).
Quichimbo (8) considera que la interculturalidad puede
comprenderse desde cuatro perspectivas: descriptiva,
normativa o política, funcional y crítica. La reflexión de
Castillo y Guido (9) sobre la interculturalidad implica una
visión en torno a dos planos específicos: por un lado,
asumiendo los recorridos de lo intercultural en su
configuración como objeto de conceptualizaciones y
teorizaciones de los saberes expertos en educación,
tanto en perspectiva continental como global, y por otra,
como una posibilidad de visibilizar las dinámicas y las
fuerzas que determinan el curso que el enfoque
intercultural toma en un momento histórico
determinado.
A juicio de Torrealba (10) la interculturalidad planteada
desde la realidad latinoamericana es un concepto que
nace en oposición a los viejos constructos teóricos que
son creados por la academia para ser aplicados a todo
objeto o caso que se presenta para su análisis. Según
Krainer y Guerra (11) hay que diferenciar dos corrientes
usadas para construir las comprensiones actuales de la
interculturalidad. Una es la interculturalidad
conservadora, la otra es la interculturalidad crítica. La
interculturalidad conservadora en un contexto
monocultural y liberal, legitima proyectos, promueve el
diálogo, la coexistencia y la tolerancia sin tocar las
causas de la asimetría, la desigualdad social y cultural.
Desde esta visión la interculturalidad se romantiza a
una especie de simpatía innata que deberían tener las
diferentes culturas entre ellas, independientemente de
sus condiciones históricas, del tiempo que están
viviendo, de sus procesos internos (11).
En este mismo sentido, Estermann (12) articula, la
interculturalidad conservadora o funcional, al concepto
de colonialismo, y lo comprende como concomitante
que justifica y hasta legitima el orden asimétrico y
hegemónico establecido por el poder colonial que
abarca una serie de fenómenos que van desde lo
psicológico y existencial hasta lo económico y militar,
que tienen como objeto la determinación y dominación
de uno por otro (11). Esta postura para Comboni y
Juárez (13) no cuestiona las relaciones de poder y
dominación existentes entre pueblos y culturas,
expresadas en asimetrías sociales. Por lo que este
enfoque se reduce a la actitud, de abrirse y aceptar al
otro, sin cuestionar las condiciones inequitativas en la
que estas relaciones se encuentran.
Frente a esta propuesta de una interculturalidad
funcional al sistema dominante y colonial, surge el
enfoque de la interculturalidad crítica, que se presenta
como un paradigma que propone cambios en la ética
universal de las culturas, pero sobre todo es una
alternativa para producir una transformación de las
culturas por medio de la interacción (14). La
interculturalidad debe ser replanteada de modo que se
convierta en herramienta crítica y emancipadora para
apuntar a una reflexión en torno a los grandes
parámetros del pensamiento crítico: clase social,
identidad (y diversidad) cultural-religiosa y género (12).
Torrealba (10) indica que la perspectiva crítica, debe
perfilarse hacia la organización de un proceso que vaya
develando en el accionar, es una nueva forma de
entender la diversidad desde el cuestionamiento a la
colonialidad del poder, pensando desde la diferencia
apuntando hacia la construcción de una sociedad
distinta, partiendo para ello de la develación de la tríada
colonialidad del poder-saber-ser y ello es posible desde
el pensamiento de los pueblos originarios de América
Latina. De esta forma, Krainer y Chaves (14) señalan
que esta postura crítica de la interculturalidad cuestiona
los sustentos de la academia occidental, que ha sido
históricamente construida desde el orden blanco/
mestizo, condenando a los indígenas y los
afrodescendientes, mujeres, diversidades sexuales y
otras supuestas minorías, a seguir los ideales de la
blanquitud masculina y la matriz heteronormativa de
relacionamiento sexual.
En este mismo enfoque, Arroyo (15) invita a la reflexión
sobre la matriz de desarrollo, social, de conocimiento,
económico, cultural, a la vez que propone la generación
de alternativas sobre acercamiento a los actores
sociales y a las realidades contextuales de las que estos
forman parte, evidenciando sus diversidades como
sujetos, sus posibilidades de agencia y actuación, pero
también las opacidades que los habitan.
Tubino y Flores (16) señala que la interculturalidad
crítica plantea un modelo de justicia ligado al problema
de la pobreza y la exclusión social. Además subrayan la
importancia de no descuidar el desfase que suele existir
entre teoría y praxis de la interculturalidad, es decir, la
distancia entre la interculturalidad en tanto propuesta
ética y política y la interculturalidad en tanto enfoque
aplicado. Para Wences (7) si estos dos caminan en
direcciones opuestas, se podría llegar a la
reivindicación de una interculturalidad crítica en teoría,
pero que en la práctica termina por ser funcional a la
reproducción de un modelo de exclusión y dominación.
En otra perspectiva, Santana (17) considera que la
interculturalidad se ha transformado en un potente
discurso de algunos Estados nacionales con lo cual se
ha perdido su sentido filosófico (emanado de los